Febrero es tiempo de reflexión, febrero es tiempo de libertad... de calor estival, pero de frescura intelectual. De, sobre todo, espacio y tiempo que no se convierten en velocidad, sino que se quedan en su estado primo, dejándonos respirar antes de sumergirnos en la vorágine.
Febrero, sin finales, es paz.
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Y la inspiración que viene y va...
Vuelta a un sitio que no debería haber dejado, pero por fu o por fa, aquí quedó.
Regreso a una realidad de menos cuelgues, de menos febreros egoístas, de más fotocopias y aún menos horas de sueño... Si es que me quiere abrir la puerta...
Realidad que en la tierra descansa
al costado de un largo camino,
se refleja en su cielo las ansias
de lidiar con su propio destino.
Y sus ojos, en plena ceguera
ya se dejan ganar por la fiebre,
y no encuentran pasión ni agonía
más que en la indecisión de su frente.
Y su cara y sus manos me llaman,
me sumerjo en su alma y su esencia
y me pierdo, y me encuentro con ella.
Ese gusto salado en la boca,
y ese último y lento suspiro
me recuerdan al dulce febrero.
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Fiebre y sal.