surrealidad de no salir ni a la esquina,
sin la culpa de estar haciendo lo incorrecto,
inmoralidad de pisar la vereda.
saciedad de la hiperconexión.
las pantallas se hacen aire,
ojos-oidos indiscutibles en este exilio involuntario hacia el adentro.
necesidad de sincronizar las miradas,
de acariciar las ideas con los dedos adormecidos de mañana,
de compartir un abrazo, un mate, la voz...
inmensidad de ganas de amar,
que sacuden el mundo en una pausa.
espesa introspección, intra-aislamiento
en que ruge abismal la incertidumbre
que nos carcome en cada instante que se apelmaza,
deforma, estira y calla
en cuarentena