te compartí la raiz,
reordené el caos para llegar a vos.
los ojos abiertos al adentro me queman, me sofocan,
me incitan a saltar mientras de rodillas intento amarme.
quisiera callarme la voz que señala las faltas,
quisiera aquietar esta sed de ternura que me invade,
quisiera ser suficiente para mí en todos los albores,
pero estoy atrapada en los reflejos,
estúpidamente amorfa y detenida en el tiempo.
quisiera encontrar un impulso que me avive la sangre,
vislumbrar el cielo que me alborote el pecho.
que me llene de ansias,
que no tema al olvido...
los ojos abiertos al adentro me queman,
pero al menos ahora me miro de frente,
mientras arde el espejo de ilusiones vacuas.
Llevar la voz desde la punta de los dedos,
como tensando una flecha que parte
hasta la última fila de un teatro magnífico,
de arquitectura invisible y claridad imponente.
Pender de un hilo de miel por donde desciende el sonido, hasta las entrañas mismas de la tierra.
Deslizarse en el aire como un arco de violín, que con su danza persiste y trasciende.
Sentir la línea del sonido que, como el río, nunca pasa por el mismo sitio, y siempre está en movimiento.
Trascender los límites de uno mismo:
hallarnos en matices y vibraciones nuevas.
Explorar la física de las ondas y hacerlas percepción, ser la abstracción de una campana y sentir los canales que se abren para dar paso a lo vibrante.
Sabernos instrumentos complejos y sintientes, ser y proyectarnos intencionadamente en el canto, fundirnos en lo etéreo.
Seguir el trazo que dibujan las metáforas que se abren como puertas, o como vórtices hacia nuevas comprensiones.
En constante expansión, riendo con cada nueva sensacion y descubriendo la madera, el terciopelo, los bostezos,
la sensación de cantar con cada fibra del cuerpo,
como si de teletransportarse a nuevas geografías se tratara.
A mi maestra, generosa exploradora del sonido, con sus llaves hacia tantos universos, gracias.