la incertidumbre
de cuándo va a dejar de doler
es como esperar que pare de llover
después de días en que lo húmedo te invade
y la ropa se amontona sin poder secarse.
abrazar nuestro pasado... vernos las sonrisas inocentes, luminosas, ajenas al dolor cotidiano. Mirarnos mirar el mundo a través de los encuadres a la casa, las cosas, el quilombo... y cada tanto, un fragmento de nosotras mismas, un microsegundo que quedó atrapado, como evidencia de todo lo vivido.
los ojos son los mismos pero la mirada cambia. Hoy leo esas imágenes desde otras evocaciones, y los pequeños gestos espontáneos se vuelven crónicas agridulces de un tiempo duro.
lloro, siento ese duelo, y acuno a esas niñas que aprendieron a adecuarse a un espacio ajeno, caótico, injusto, y que aún así, encontraban un resquicio para reir, aprender, jugar, buscar y encontrar belleza mientras todo se derrumbaba.