Manual de instrucciones: breve introducción al blog.

Hola, bienvenide.
Si llegaste acá por pura casualidad, quedate, pasá. Te cebo un mate mientras te explico cómo interpretar el desorden ordenado (sí, mi cabeza piensa que eso es, en alguna escala, orden) que anida en este blog.
No hay función apelativa. Quedate si querés. Yo te invito, pero podés decir que no. Lo que sigue son sólo palabras sueltas. Propias, y ajenas.
Tomá un mate. Y si no te gusta, un té. Y si no querés, un vaso de agua. Y una galletita. Si te vas, sin mirar nada, por lo menos no te llevás el estómago vacío.

viernes, 12 de mayo de 2017

Llueve.
Es otoño, y en el piso la ropa se mezcla con las hojas.
Papeles con listas de tareas incumplidas. Ex-tazas de café. La cama sin hacer.
Hace frío. Siempre hace frío en este lado de la casa.
Me envuelve el caos.
Cierro los ojos, se agudizan los sentidos.

¿Qué percibo?

El sonido de las gotas que caen se mezclan con la presión de las teclas bajo mis dedos. Fluyen. Aquello que los traba ya no existe con los ojos cerrados.
Lo que me rodea desaparece y se vuelve oscuridad, se vuelve vacío imaginario. Se vuelve aire. Sigo tipeando y de a poco pierdo la referencia de lo que escribo.
Inhalo una porción de afueridad que ingresa, y se invade de mí. Exhalo, y mis partículas (o las que supieron serlo) se dispersan y adhieren a las listas, a la ropa, a la suciedad de las tazas, se meten en sábanas, se acumulan y me acechan.
Y así, con cada respiración una porción de abstracción se rodea de hastío.
Dicen que lo externo es reflejo de nosotros mismos.
Quizás el desorden es un pedido inconsciente de auxilio.
La taza se vuelca sobre las listas. La tinta se corre, la ropa se moja, las células se hacen gotas que recorren el cuarto.
Abro los ojos.

Percibo todo, menos a mí misma.