Manual de instrucciones: breve introducción al blog.

Hola, bienvenide.
Si llegaste acá por pura casualidad, quedate, pasá. Te cebo un mate mientras te explico cómo interpretar el desorden ordenado (sí, mi cabeza piensa que eso es, en alguna escala, orden) que anida en este blog.
No hay función apelativa. Quedate si querés. Yo te invito, pero podés decir que no. Lo que sigue son sólo palabras sueltas. Propias, y ajenas.
Tomá un mate. Y si no te gusta, un té. Y si no querés, un vaso de agua. Y una galletita. Si te vas, sin mirar nada, por lo menos no te llevás el estómago vacío.

martes, 31 de agosto de 2010

deja vú.

domingo, 29 de agosto de 2010

Capaz no estamos tan mal...

jueves, 26 de agosto de 2010

Para mí.

No puedo dormir con medias.
No me gusta el color rojo.
Me gusta leer historietas.
Quiero un milugar.
Quiero pensar menos y reir más.
Quiero el doble de tiempo de estudio, o la mitad de tiempo de boludeo.
Quiero que se me borren las ojeras que se instalaron en mi cara, pero a la vez no me desagradan tanto.
Me fascina encontrar cosas viejas y oxidadas.
Me gusta el olor a libro amarillo.
No me gusta resfriarme.
Suelo sacar los pies afuera de la frazada cuando duermo.
Amo lo que hago.
Me emociono fácil.
Debería estar durmiendo.
Vivo volada, pero cada tanto hago pie.
Me gusta cerrar los ojos y escuchar historias.
No me gusta dormirme cuando cierro los ojos y escucho historias.
Me gusta sentir que lo quiero.
Me gusta sentir que me gusta.
Me gusta no saber si son dos o tres los años que llevamos juntos.
Amo enredarme en mis marañas.
Odio enredarme en mis marañas.
Quiero vale cuatro.
Quiero cuatro vales.
¿Quiero cuatro Vales?
Quiero una cámara de fotos.
Quiero una polaroid.
Quiero aprender a sacar fotos.
Quiero hablar francés.
Quiero muchas cosas.
Quiero querer queriendo, querido querer quiero.
No me gusta madrugar.
Quiero que hagan un subte desde mi casa a la puerta del pabellón III.
Me gusta tener clases teóricas sin dormirme.
Soy un desastre desastroso.
Mi desorden ordenado tiene muy poco de orden.
Quiero nadar.
Quiero dormir.
Hoy escribo para mí, mientras me saco las medias.
Ya me fui.

domingo, 15 de agosto de 2010

Confusiones de invierno

La encontré mirando el piso mientras esperábamos las pizzas. Yo estaba un poco avergonzada por haber entendido mal el código gestual y haber conseguido diez litros de gaseosa en vez de cuatro de jugo. Seis litros de diferencia... Y en eso estaba cuando su brillo me llamó la atención desde un cantero vacío, y no tuve más que levantarla para, a pesar de la vergüenza y del mal cálculo, sonreir.
Igual un poco se me fue la sonrisa cuando me di cuenta que era una tuerca y no una arandela, pero la voy a poner en un collarcito, por ser mi arandelatuerca de cumpleaños.
Recién se me cayó y creí que la perdía, pero la atajó Cortázar.

jueves, 12 de agosto de 2010

Vale por una sonrisa

Le clavé la vista en la oscuridad de la sala de proyecciones, mientras
Hipócrates salvaba a una mujer de su condena y Macchi divagaba con su
joystick entre diapositiva y diapositiva.
Parecía pegada al piso, tanto me convencí de ello que casi me olvido
de verificarlo. Vaya sorpresa me llevé al poder levantarla.
Pero no me produjo nada más que la fugaz sonrisa de haberla encontrado.
Le estuve buscando un sentido largo rato, inventándole recuerdos
asociados para hacerla más importante, pero nada. Nada de nada.
Finalmente, me resigné y la guardé entre monedas de un peso y lobos
marinos.

El dilema de la arandela sin significado me siguió repicando en la
cabeza, pero allí se quedó hasta que te vi.
Ese día no venía muy bien que digamos, el viento se había llevado lo
que quedaban de mis veinte y traía el frío, y eso sumado a un poquito
de lágrimas, no te digo que fuera la mejor combinación.
Pero tu sonrisa fue tan cálida, tan amiga, tan reconfortante que ahí
comprendí que era esa la arandela que estaba buscando.

lunes, 9 de agosto de 2010

Arandela de compromiso

Un día encontré una arandela. Tenía el diámetro de una moneda, y estaba un poco oxidada. Y como no puedo evitar que cosas así me llamen la atención, la junté y te la regalé.
Quién iba a pensar que después ibamos a ser dos idiotas jugando con la arandela al lado de un alambrado, y que al rato, por tu mala puntería (reconocelo), la arandela iba a quedar solita sola entre el pasto.
Y con qué cara íbamos a mirar a los chiquitos cuando nos ofrecieron pasar a buscarla...
"Ah, ¿esto era?" dijo Darío, al comprender que había trepado el alambrado por un pedazo de hierro oxidado.
Y bueno, entiendannos, chicos... somos medio estúpidos a veces, nosotros, los grandes.