La desprolijidad está de punta a punta, y me envuelve y me consume y me sumerge y me acapara, y me sofoca, y el aroma a miel llena la casa con su dulce pero pegotosa existencia, cubriendo cada espacio desde los cuadros del panal a mis narinas, y me envuelve y me consume y me sumerge, y me acapara, y me sofoca, y ya no queda aire puro en la cocina, ni en la mesa del comedor, donde ya no es posible poner nada más por peligro de quedar para siempre en esa trampa dorada de la miel.
Nos miramos, y sin decir nada nos sabemos envueltos, consumidos y sofocados por esta atmósfera densa de resignación, y nos paseamos por la casa esquivando, escapando quizás, buscando los cuartos con más aire, hasta que con tácito acuerdo nos fuimos desplazando, mezclando los libros con platos y vasos, y un poco de arroz y un apunte de freud, debajo de un cuchillo, y cenamos en la biblioteca.
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